Las catástrofes y los cambios profundos. El nuevo orden mundial


Rubén Alexis Hernández

A lo largo de la historia diversas catástrofes de todo tipo, con o sin intervención humana, generaron sin duda alguna cambios en el ámbito social, demográfico, sanitario, político, económico, religioso, militar, científico y pare de contar de todas las entidades político-territoriales que los padecieron. En ocasiones las catástrofes o crisis fueron de tal magnitud, que constituyeron puntos de inflexión o coyunturas para la ocurrencia de cambios estructurales, tal como en los casos, por ejemplo, de las pandemias de ‘peste negra’ en la Europa del Siglo XIV y de  ‘gripe española’ en Europa, América, Asia y África en la segunda década del siglo XX; de la epidemia de viruela en territorio incaico en el siglo XVI; de los terremotos de Venezuela en 1812 (estudios recientes refieren que hubo más de un terremoto con epicentros diferentes el 26 de marzo de ese año); y de múltiples emergencias económicas y hambrunas derivadas de guerras y grandes transformaciones medioambientales de corto y mediano plazo, antrópicas o no.

En la actualidad somos testigos de la famosa pandemia por COVID-19, de muy probable responsabilidad humana, y del cambio climático global, que ya tiene unos cuantos años amenazando a la existencia misma del Homo Sapiens. Las consecuencias negativas de estas crisis, de origen natural pero con intervención del hombre, perversa por decir lo menos, no se han hecho esperar para la casi totalidad de la población mundial, y serán peores en los años venideros. Un brutal desempleo, una pobreza y miseria mayores, y hambre y desnutrición quizá sin precedentes están a la vuelta de la esquina, lamentable realidad de un nuevo orden mundial corporocrático-totalitario en construcción, mal llamado globalización, en el que la minoría a la cabeza de las transnacionales va acumulando cada vez más dinero a pesar del “terremoto” capitalista prolongado, es especial la élite financiera, improductiva-parasitaria en buena medida. Minoría que, aunque cueste creer, han recibido todo el apoyo de los Estados y de los principales bancos centrales en plena recesión económica, que en realidad prefieren estimular al gran capital que ayudar a pequeñas y a medianas empresas, y al ciudadano común, asalariado y desempleado. Tristemente así funciona la lógica capitalista, según la cual los grandes empresarios son imprescindibles para el funcionamiento regular de la economía mundial, y en este sentido los ricos se benefician de cualquier situación, sin importar lo terrible y catastrófico que sea para la casi totalidad de la humanidad.


Dicho nuevo orden o imperialismo mundial se caracteriza por el liderazgo cada vez más evidente de ciertas corporaciones transnacionales con matriz en un puñado de potencias, que por cierto ahorita mismo están en dura pugna por la hegemonía en el orbe, que incluso podría derivar en una guerra convencional mundial, con países como China, Rusia y Estados Unidos a la cabeza. Estamos en el tiempo de la corporocracia, o Gobierno de las corporaciones,  totalitario por naturaleza en cuanto a que no es democrático, sometiendo a la totalidad de la sociedad y al Estado a los altos intereses económicos.  Y es de carácter supranacional, global, con la tendencia a la expansión y unificación de amplios mercados y a la supremacía de organismos internacionales en todo ámbito sobre la institucionalidad de los países; más aún, con toda seguridad se irá desmembrando la casi totalidad de las naciones, dando paso a nuevas realidades político-territoriales, más favorables para los intereses megacapitalistas, en parte por la eliminación progresiva de trabas burocráticas. Para el gran capital no importan los intereses nacionales ni mucho menos la soberanía, y con el nuevo orden mundial criminal en vías de consolidación el poder de la minoría adinerada estará más que nunca por encima de cualquier realidad geopolítica y marco legal, sin fronteras ni límites que le estorben. Ya alianzas como la Unión Europea y otras en el globo han dado pasos enormes en este contexto.

Ahora bien, el nuevo orden mundial corporocrático-totalitario, en medio de la terrible pobreza, miseria y hambre que azota a centenares de millones en el orbe entero, y que empeorará, generará inevitablemente oposición y reacciones populares violentas, si bien de igual manera será aceptado por numerosos ciudadanos. De manera que el Statu Quo tiene que justificar y proteger a como dé lugar la imposición definitiva del orden en ciernes. Lo justifica, en términos generales, por la necesidad de alianzas-uniones globales estratégicas ante el supuesto gran peligro que para la humanidad representan  las catástrofes “naturales”, y las consecuencias ocasionadas por éstas aparentemente desbordan la capacidad de los Estados nacionales y su institucionalidad para hacer frente a la complicada situación. Aquí las empresas de “comunicación” juegan un papel fundamental, haciendo creer a la población que ante crisis sanitarias como la actual, por ejemplo, se deben acatar las medidas gubernamentales, debido a que aparentemente éstas van en beneficio del bienestar general, y su cumplimiento es fundamental para salir con éxito de la crisis. Se llega al extremo de generar terror, zozobra y paranoia en millones y millones de personas, y evidentemente un buen número aceptará casi cualquier plan o medida autoritaria, creyendo que así se cuidará efectivamente. Y como las actuales administraciones nacionales irán sucumbiendo al poder supranacional, también lo harán muchos individuos, que irán aceptando el nuevo orden mundial, convencidos de que es necesario para afrontar los “peligros” globales. A problemas mundiales, soluciones mundiales.

Y para proteger el orden delincuencial que pretende consolidar, cuenta la élite económica mundial con elementos como los siguientes: 

1.- Toda una institucionalidad de carácter básicamente supranacional que velará por los intereses de las corporaciones, asumiendo que nada está por encima del gran capital. 

2.- La defensa a ultranza, aunque cueste creerlo, que numerosos individuos del común harán de dicho orden progresivamente,  enfrentándose de forma verbal en el proceso a otros individuos. Por ejemplo, en el caso de la  pandemia por COVID-19 notamos como muchas personas han criticado y condenado a otras por no acatar diversas medidas sanitarias, económicas y sociales. Y lo más peligroso es que se pudiera llegar a la confrontación violenta de unos con otros, motivados por el instinto de supervivencia, que está siendo manejado perversamente por las élites y los Gobiernos. 

3.- El apoyo incondicional de las fuerzas armadas, preparadas para intentar garantizar la estabilidad del nuevo orden a sangre y fuego y sin límites legales ni morales, a sabiendas que la brutal pobreza y hambre en crecimiento, desembocará a pesar de la justificación por parte del Statu Quo, en reacciones antisistema violentas y masivas. 

4.- La transformación de la sociedad convencional en una de tipo virtual-cibernética, donde evidentemente habrá un mayor  control y vigilancia de la población, por medio de cualquier herramienta de internet y de la posible implantación masiva de ciertos dispositivos en humanos (microchips y nanochips). Nadie que navegue en la red, por ejemplo, estará a salvo de las garras del Gran Hermano electrónico. Dicho sea de paso será una sociedad más excluyente y desigual, considerando por un lado el crecimiento notable del desempleo por una nueva especialización del trabajo y por el uso creciente de tecnología robótica en empresas públicas y privadas, y por otra parte la incapacidad de buena parte de la población para acceder, por ejemplo, a la educación, sanidad, comercio y banca electrónicos,  debido al aún alto grado de analfabetismo tecnológico y al progresivo elevado costo de equipos, dispositivos y un buen servicio de internet.
En este orden de ideas cabe mencionar el uso progresivo-masivo de cámaras y otros dispositivos en lugares abiertos (calles, plazas y otros) y cerrados (instituciones, conjuntos residenciales, centros comerciales y otros) en todo el mundo, como estrategia bien útil para vigilar a la población y sus movimientos. Igualmente contarán las élites y Gobiernos con bases de datos  contentivas de todo tipo de información sobre cada ser humano, disponibles las 24 horas de todos los días para las agencias de seguridad e inteligencia, y para los cuerpos armados oficiales y mercenarios.

Ahora bien, ¿permitirá la humanidad oprimida que se consolide finalmente ese orden mundial, que generará mucha más miseria y hambre?, ¿no habrá un final feliz para la mayoría?, ¿triunfará de nuevo la maldad de los poderosos?


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