El triste caso de un empleado público en Venezuela
Rubén
Alexis Hernández
Cada
día que pasa en Venezuela empeora la situación salarial-laboral, ahora en medio
de la crisis por la pandemia de COVID-19, en especial para los empleados del
sector público, que a estas alturas prácticamente trabajan por una simple colaboración
del Estado. Penosamente en el país caribeño un trabajador promedio no gana más
de 2 dólares mensuales al momento de escribir este artículo (25-01-2021), entre
salario como tal y el bono de alimentación. Cuesta creer pero es la triste
realidad en una nación con inmensas riquezas naturales, cuya explotación y
comercialización continúa beneficiando en gran medida a los capitalistas
foráneos, con el visto bueno de la arrastrada dirigencia política interna,
incluida la seudorevolucionaria, que disfruta inmoralmente (e ilegalmente en no pocos casos) de ingresos extras a
pesar de la contracción económica, los bloqueos y sanciones internacionales y el notable descenso del PIB.
En
este contexto valga hacer una breve reseña del caso de un conocido que trabaja
para la administración pública venezolana en la población de Mérida. Este
conocido es un profesional universitario mayor de 40 años, con una maestría, y
no obstante lo que devenga es una verdadera porquería que en rigor no debe
llamarse sueldo, considerando que no llega a los 3,5 dólares mensuales. Además
no tiene derecho a ningún beneficio más allá de la entrega esporádica de
algunos alimentos subsidiados, ni a estabilidad (donde labora se trata como
desechables a los empleados) y seguridad-protección laboral Evidentemente este conocido
no puede ocultar su molestia por el trato indigno, degradante y humillante que
como empleado y ser humano recibe por parte de sus patronos “socialistas” en la
ciudad de Caracas, que por cierto tratan de eludir su responsabilidad como
violadores del artículo 91 de la constitución, sugiriéndole, por medio de la
jefatura en Mérida, que simplemente vea como hace para obtener más ingresos con
otros empleos. Mientras tanto que deje la quejadera le advierten a cada
instante, sin importar que trabaje duro de forma casi gratis, sin ropa adecuada
para su trabajo, con riesgo laboral permanente, y que para colmo no tenga derecho
siquiera a recibir atención médica de emergencia.
Lo
más lamentable de todo es que el conocido, que es padre de un niño de 8 años,
no puede ayudar económicamente a su pequeño como quisiera, y eso por lógica le
entristece y causa impotencia. Considera absurdo, por ejemplo, que no pueda
comprarle a su hijo unas galletas,
chocolates u otras chucherías, menos aún
obsequiarle alimentos como pollo, carne de res o de cerdo, queso, jamón, cereales, leche y frutas. Y ni hablar
si su niño llega a enfermar, pues numerosas medicinas tienen un costo superior
a 2 y más salarios mínimos, y la atención médica vía sistema público de salud
es una c….a, mientras que en una clínica la simple consulta vale unos cuantos
dólares.
Razón
suficiente tiene el conocido en quejarse a cada rato por la terrible situación
país y el franco deterioro en el ámbito salarial-laboral. Y sus patronos y
jefes le recriminan por sus quejas constantes, pero éstos no padecen ni por
asomo las penurias materiales y el sufrimiento integral del trabajador promedio
en Venezuela; son “revolucionarios” sólo de la boca para afuera, y por tanto ningunean
y degradan a los empleados a su cargo.
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