Un buen padre debe velar por la salud de su (s) hijo (s)
Dedicado a mi pequeño Sebastián, a quien
deseo larga vida y bienestar integral.
Rubén
Alexis Hernández
Valga
el presente escrito en el contexto del día del padre, si bien tanto las madres
como los padres merecen ser valorados y amados todos los días del año.
Definitivamente
gozar de buena salud es algo que no tiene precio, aún en nuestros días, en los
que prácticamente se paga hasta por el aire que respiramos. Estar sano equivale
a tener una buena calidad de vida; nos posibilita un óptimo desenvolvimiento en
diversos ámbitos, nos motiva a sentirnos anímicamente bien, mejora las
relaciones con nuestros semejantes. Estar sano es la clave de la felicidad, el
tesoro que por desgracia pocos valoran en su dimensión real. A propósito del
día comercial del padre, cabe señalar que un buen papá se puede destacar por
tantas virtudes: dar mucho cariño, ayudar en la formación de individuos útiles
a la sociedad, anteponer el diálogo al castigo, entre otras. Y ya que arriba se
hizo mención de la salud, una de las principales obligaciones de todo padre (un
buen padre) es justamente velar por la salud de su(s) hijo(s), contribuyendo de
esta manera al bienestar corporal y mental de sus descendientes.
En
este orden de ideas quiero hacer referencia a mi difunto padre Lorenzo José
Hernández, por haber alcanzado cierta formación autodidacta en medicina, como
pocos, y por haber sido un excelente papá-cuidador pendiente en todo momento de
la salud de sus hijos. Gracias en cierta medida a esa preparación autodidacta
tuve la dicha de recibir numerosos consejos: “hay que comer sano hijo y tomar
mucha agua diaria”; “no tome mucho licor”; “hay que acostarse temprano para que
no se enferme y le rinda el día”; “hay que caminar todos los días”; entre
otros. Recuerdo, por ejemplo, que durante mi infancia y adolescencia cualquier
dolor en alguna parte de mi cuerpo hacía alertar a mi padre, y siempre estuvo
pendiente de que me atendieran los médicos en caso de ser necesario, en
cualquier momento del día o de la noche. En fin, un señor que amó a sus hijos,
entre otras cosas, velando por su salud.
La
importancia que mi padre dio al cuidado de sus hijos, se ve reflejada
parcialmente en una especie de monografía (además de leer textos de medicina,
también escribía tomando ideas de unos autores y de otros) titulada Ensayo de Patología Comparada, en la que
dedicó varias líneas a mi hermano y a mi persona; allí enfatiza que se inspiró
en nosotros para escribir este trabajo, y en que la verdadera riqueza se basa
en gozar de buena salud y en el conocimiento general como herramienta
liberadora. Insistía mi padre tanto en el texto en cuestión como en la práctica
cotidiana, en la eficacia de la medicina preventiva respecto a la medicina
curativa, piedra angular del buen estado físico a tener muy en cuenta por su
prole. A continuación, se transcribe la dedicatoria:
“Dedicatoria
a Jorge Luis y Rubén Hernández
A
vosotros que (…) con aire de adolescentes, pero el tiempo corre veloz y pronto
serán adultos y más tarde pasarán a la segunda y tercera edad, les sirva de
consejero el presente ensayo general, pues no hay nada que valga tanto como el
consejo de un padre.
Es
puerta de luz un libro abierto
Entren
por ella mis muchachos y de seguro
Que
para ustedes será en el futuro
Más
visible, su poder más cierto
El
ignorante vive en el desierto
Donde
el agua es poca, el aire impuro
Un
grano le detiene el pie, inseguro
Camina
tropezando, ¡vive muerto! (…)
Estudien
y no serán más tarde
Ni
el juguete vulgar de las pasiones
Ni
el esclavo servil de los tiranos (…).
La
primera parte de estos ensayos lleva una dedicatoria muy especial para Jorge
Luis y Rubén Hernández, en esta tierra de papá, la Mérida de los caballeros,
tierra de sosiego y apacible, en la amenidad de sus campos, en sus cielos de
gran serenidad, el murmurar de sus fuentes y sus parques, en la quietud del
espíritu” (Lorenzo Hernández, agosto de 1990).
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